Museo de la Ciudad Autoconstruida

Entrevista realizada a

Diana Castillo
Darling Molina

mediadorAs del Museo

¿Qué implica la autoconstrucción? 
Implica gestionar la vida. 
Gestionar el agua, el espacio, lo comunal. 

Diana Castillo (2025) 


Para llegar al Museo de la Ciudad Autoconstruida -MCA-, necesita viajar al suroccidente de la capital, al único portal de TransMilenio que, hasta el momento, recibe a sus visitantes con un metrocable que conecta la tierra con el cielo. El metrocable del Portal Tunal abrió por primera vez sus puertas en la madrugada del 29 de diciembre del año 2018. Este medio de transporte, dos años y once meses después, sería el puente directo a la entrada del actual MCA.

Después de un viaje en una gran canasta elevada, movida por el ingenio tecnológico y los vientos que provienen del sureste, sus pies tocan tierra firme en la estación de TransMiCable El Mirador del Paraíso. A la salida de la estación, a su mano derecha, podrá ver el MCA. Antes de ingresar, puede deslumbrarse con un barrio profundo, unas veredas, un cerro que acoge y recibe a todo aquel que desee venir; una de las vistas más bellas de la ciudad: un paneo visual a la inmensidad de una capital que ruge ampliamente entre sus planicies y montañas; ¡qué magna y azarosa es Bogotá!

Si Bogotá fuera una señora, le gustaría jugar con el azar de sus habitantes de diversas formas. Esto lo podemos reconocer en cómo las personas suelen llegar al MCA. Gracias a la conversación con la mediadora Diana Castillo y Darling Molina del MCA, se puede saber de primera mano que gran parte de las personas locales que visitan este museo llegan por el azar.

¿Un museo en Ciudad Bolívar?

En el centro de Bogotá, especialmente en La Candelaria, se concentra la mayoría de los museos. Pero en Ciudad Bolívar, este es el primer museo institucional. Un museo que nace como apuesta de las comunidades para contar su historia con su propia voz. Es una institución distrital, sí, pero con corazón y espíritu comunitarios. Esto es crucial, porque este museo es un requerimiento de las personas, para resguardo de la memoria de la localidad.

El espacio es gestionado por el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural en alianza con el Museo Bogotá, buscando expandir las narrativas más allá del centro urbano. Bogotá, aunque muchos lo ignoren, es rural en un 75 %: su territorio respira desde los cerros que la rodean. Ciudad Bolívar alberga 666.809 habitantes (2024), entre caminos de tierra y memoria.



Figura n°1. Museo de la Ciudad Autoconstruida. Imagen de Archivo del Museo de la Ciudad Autoconstruida

Tener un museo aquí es clave, como nos lo recuerda Darling Molina antigua mediadora del MCA: permite que quienes habitan los bordes también accedan a derechos culturales. Es un espacio para que sus historias, identidades y formas de habitar la ciudad encuentren reconocimiento.

La curaduría del Museo se construyó en diálogo con la comunidad, para representar procesos culturales elegidos por quienes los viven. Las nueve personas que integran el museo son de la localidad y han sido líderes(as) sociales antes de vincularse. Esto lo ancla, le da arraigo. Como dice Diana Castillo mediadora del MCA y habitante del sector, es “una imagen que habla del museo, fuera del museo”. Respira más allá de sus muros.

Mapa de mediación de Diana Castillo (2025)


Con la ayuda de un mapa, emprendimos un recorrido por cada uno de los pisos que construyen este museo. Pero este no es un mapa cualquiera: fue una guía trazada con memoria, con historias vivas, con huellas que no se borran.

Piso a piso, descubrimos que este lugar no solo alberga objetos, sino voces. No se recorre con prisa, sino con la pausa de quien está dispuesto a escuchar lo que suele permanecer en silencio. Como menciona Diana, “la mediación también es de quién está dispuesto a escuchar y dialogar”. 

Aquí, cada nivel revela una capa distinta de la localidad de Ciudad Bolívar: sus luchas, sus saberes, sus raíces. A medida que descendíamos, cada paso nos llevaba más profundo, hasta el corazón mismo de una memoria compartida.

La bienvenida es en presencia del cerro, este nos invita a salir, por eso en la cima de este bloque de cemento hay un lugar donde el viento fuerte con aroma a tierra fría nos llama, y con el que Diana suele iniciar sus recorridos preguntando: ¿Quién construyó tu casa?  ¿Conoces personas de ciudad Bolívar?. El cuestionarse hace parte del reconocimiento que ella tiene de los públicos. Asimismo, da lugar a la conversación reflexiva y autocrítica, lo cual es importante para ambas mediadoras.

Terraza – Círculo de la Palabra

En la terraza, el aire se siente distinto: aquí se respira comunidad. Este Círculo de la Palabra no formaba parte del plan inicial; fue un espacio creado para las comunidades indígenas. Es importante resaltar que, cuando los recursos económicos escasean, la creatividad y el afecto comunitario florecen. Fue Diana, junto con el colectivo Mayaelo, jóvenes del pueblo Muisca y cerca de 30 jóvenes del proyecto Parceros, quienes decidieron y construyeron este espacio sobre el edificio, con el propósito de ofrecer un lugar para toda la comunidad. Durante un año, levantaron este sitio con sus propias manos, con su tiempo y con su corazón.

Nació así un espacio que no solo acoge, sino que abriga. Un fuego simbólico se enciende aquí para calentar lo colectivo, para reunir las voces y permitir que la palabra se teja en ronda, en escucha, en respeto. Para ambas mediadoras, este lugar representa eso: la importancia de hablar con otros y desde otros, en un tejido que enriquece y repara.

   

Terraza - Huerta

Justo al lado, otra forma de memoria brota de la tierra. En esta huerta, la historia no se cuenta con palabras, sino con semillas. Porque en Ciudad Bolívar los procesos no están solo en las calles; también viven en las cocinas, en los patios, en las manos que siembran.

Este pedazo de tierra cultivada es testimonio de la lucha por la soberanía alimentaria, por la recuperación de semillas nativas, y por la reducción de residuos que llegan al botadero de Doña Juana. Como lo señala el Museo de la Ciudad Autoconstruida (MCA, 2025), estos esfuerzos son vitales para comprender las raíces campesinas y ancestrales de la comunidad. Aquí, cada planta es también una forma de resistencia, una forma de recordar que otra ciudad —más justa, más viva— es posible.

Ahora descendamos. Dejemos atrás el viento que abraza y entremos. Bajando las escaleras, llegamos al tercer piso… Aquí, las preguntas pesan más que los objetos. Aquí, el territorio herido también habla.

Tercer piso – Explotación, estigmatización y resistencia

En este lugar encontramos una serie de mapas y maquetas que no solo representan la ciudad: la interrogan. Como recuerda Diana, “Bogotá es un acuerdo, un invento colectivo y social”. Por eso, en este nivel ambas mediadoras plantean una pregunta profunda:¿Qué ciudad hemos construido?, ¿Una ciudad que extrae, que consume, que no mira atrás?

Para darle profundidad a la anterior pregunta, ambas mediadoras señalan que, la mediación implica un proceso de investigación colectiva, en donde se construyen unos conceptos que luego se comparten con los públicos. Como el término violencia socioambiental, el cual es usado por los y las mediadoras del MCA en este piso, con el fin de construir diálogos alrededor de la explotación del territorio humano y no humano en la localidad. Diana evidencia esto señalando: Si le preguntamos al río Tunjuelo si lo estamos violentando, él nos diría que sí, ya que lo estamos contaminando, le estamos quitando el oxígeno. Si le preguntamos a la Alondra si la estamos violentando, nos diría que sí, porque la estamos desplazando”.

Asimismo, desde los ventanales, la montaña murmura. Por eso, el museo eligió poner allí los datos que incomodan, los que no caben en los discursos oficiales, los que obligan a mirar lo que suele esconderse. Como es la siguiente cifra: el 89 % de las áreas mineras explotadas en Bogotá están en Ciudad Bolívar. Este espacio no muestra solo una tierra horadada: revela también cuerpos y comunidades desgastadas por la lógica de lo extractivo.

Este piso también guarda lo íntimo. Darling recuerda a su abuelo, detenido frente a un trozo de paroi luego de una obra teatral comunitaria llamada Ecos de la Loma. Ese material humilde, con el que se levantaron tantos primeros ranchos, contenía —en su aspereza— una historia entera de resistencia y dignidad. Lo documentan Andersson Lizarazo y Sánchez Mojica (2019): el paroi, la tierra bajo los pies, las velas como luz... fueron pilares esenciales de la construcción popular en Ciudad Bolívar.

Allí, frente a ese pedazo de pared, estaban él, su historia, y la de muchos más. Porque este museo no solo muestra objetos: muestra vida. Y cuando es la comunidad quien lo sueña y lo habita, el museo deja de ser edificio para convertirse en hogar de la memoria.

Bajemos un piso más. Escuchen… ¿oyen el murmullo del hilo que cose el pasado con el presente? Estamos por entrar en el lugar donde el arte no decora: habla.

Segundo piso – Prácticas artísticas

Este piso es territorio de expresión. Aquí, las prácticas culturales e identitarias de comunidades indígenas, afrocolombianas, de artistas locales, como de otras partes se hacen cuerpo, se hacen voz, se hacen pregunta, como la mencionada por Diana y Darling: ¿Qué significa ser indígena o afro en Bogotá?

Cada obra —tejidos, formas, materias— es un diálogo vivo entre pasado y presente, entre los territorios que quedaron atrás y esta ciudad que hoy se habita. Las materias primas viajan, mutan, y en ese viaje también resisten.

Este es un espacio para mirar arte en lo cotidiano: es un lugar para encontrarse con las raíces. Para ver identidades que se reconstruyen, que se afirman. Es un testimonio que respira, que nos recuerda cómo, incluso entre concreto, las memorias florecen con fuerza, con color, con dignidad. La cual es reafirmada, gracias a la estrategia “Tomate el museo” proyecto que está diseñado para abrir sus espacios expositivos a las comunidades, artistas y al público en general. Desde allí, se permite movilizar narrativas diversas y posicionar al museo como un centro de diálogo e intercambio con otras narrativas y formas. A través de esta iniciativa, esta sala ha acogido más de 30 exposiciones temporales de formatos y procedencias variadas (locales, distritales, nacionales e internacionales), reafirmando el compromiso de que el museo sea un espacio para todos y todas, explorando y promoviendo una curaduría colectiva.

Continuando con nuestro recorrido, descendemos unos escalones más, para que sea el aroma a libro el que nos reciba. 

Primer piso - Biblioteca pública el mirador

Aquí, la palabra florece, gracias al acompañamiento y gestión de Biblored. Más que estanterías, la biblioteca es un territorio palpitante, donde lectura, escritura, oralidad y arte entretejen las múltiples voces de una ciudad que se ha construido a sí misma.

Con más de 3.500 volúmenes —libros, películas, registros vivos— este espacio invita al encuentro de generaciones: niñas y niños curiosos, jóvenes inquietos, mujeres sabias, personas mayores con memoria encendida. La biblioteca no solo abre puertas al conocimiento: garantiza el derecho a imaginar, a aprender, a compartir la cultura que los une.

Sus servicios —del acceso a Internet a la programación cultural diversa— hacen de este piso un faro encendido en la cima. Un punto de encuentro que ilumina desde los márgenes, recordándonos que el saber también nace allí, donde a veces nadie mira.

Y ahora, llegamos al último piso… Aquí, las preguntas pesan más que los objetos. Aquí, el territorio herido, resistente y colectivizado también habla.

Piso 0 - un sótano

En las entrañas del museo, donde la luz apenas roza los muros y todo respira en susurros, reposan obras que murmuran historias de desarraigo, de liderazgo y de memoria viva. Ambas mediadoras hacen referencia a las mismas piezas, ya que consideran que son las que más atraen y vinculan a los públicos. 

La canoa sin río es una embarcación quieta, pero no inmóvil en el techo del sótano. Navega entre recuerdos arrancados, entre voces de migraciones forzadas. Habla de familias desplazadas —muchas de raíces indígenas y afrocolombianas— que arribaron a Ciudad Bolívar buscando sosiego. En 2023, Bogotá contaba más de 367.000 víctimas del conflicto armado, y esta localidad las acoge como refugio. La canoa, sin moverse, es travesía. Es testigo de cada paso dado por quienes han tenido que rehacerse lejos de su río.

La máquina de escribir, aún erguida, honra la palabra de mujeres líderes. Organizadas, tejieron comunidad desde lo profundo, desde abajo. Cada tecla resuena como un eco antiguo, de palabras que un día fueron silenciadas y hoy vuelven con fuerza, con tinta y con verdad.

El Palo del Ahorcado, escultura del colectivo Mayaelo, es un árbol levantado desde la memoria. Representa un antiguo árbol de la localidad: símbolo de identidad, dignidad y pertenencia. Como dice Darling, es una forma de “ombligarse metafóricamente a la montaña que les acoge”, de aferrarse al origen como quien no quiere soltarse del todo.


Así termina este recorrido… pero no la historia. Porque este museo —como la memoria misma— no se detiene. Sigue creciendo en cada voz, en cada gesto, en cada paso que lo habita.

Un museo inaugurado muchas veces

El museo imaginado por Diana Castillo y Darling Molina

Darling Lorena Molina Ramírez y Diana Paola Castillo Herrera hacen parte de procesos comunitarios y de educación popular en Ciudad Bolívar. Además de sus estudios en trabajo social (Darling) y pedagogía (Diana), su primer espacio de formación ha sido el barrio, la comunidad, la montaña.

Ambas inauguraron el MCA más de una vez, porque cada encuentro local era una fiesta. Las dos sintieron nervios en su primera mediación. Las dos fueron escuchadas por cientos de personas. Llegaron a un espacio sin muros de cemento, pero lleno de los sueños de quienes han luchado por sus derechos. Es muy grato recordar/ser consciente de/interiorizar/descubrir que, a partir del recorrido en compañía de las mediadoras de MCA, que el trabajo comunitario se hace con alma y vísceras, o no se hace.

Antes del museo, Diana y Darling ya tejían procesos con arraigo social y político en la localidad. Por eso, como comenta Darling, “las vinculaciones institucionales surgen del trabajo comunitario”.

Para Darling, trabajar en el MCA transformó su visión de los museos, por tal motivo, ahora suele concurrir a estos espacios. Hace poco estuvo vinculada al proceso de investigación para la apertura de la sala Fuerza, Fe y Sustancia del Museo Nacional de Colombia; ella hizo parte de un grupo focal donde aportó desde su experiencia. Gracias a este proceso previo a la apertura de la sala, encontramos piezas como El Palo del Ahorcado, símbolo profundo para Ciudad Bolívar. Según el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (2022), este eucalipto creció en la cima de Cerro Seco, en el barrio Potosí, y con los años se volvió un símbolo cargado de memoria colectiva, vecindad, luchas sociales y ambientales. Un árbol que enlaza territorio y comunidad, y que hoy es patrimonio vivo para Ciudad Bolívar y Bogotá.

En su recorrido por los museos, Darling y Diana no solo se conectaron con los espacios, sino con las personas que los habitan y los sueñan. Han dialogado con visitantes de otros territorios, con otras formas de mirar y de sentir. Porque hablar con el otro también transforma.

Este camino ha tocado sus formas de hacer, pensar y ser. Sus prácticas profesionales y humanas se han vuelto más conscientes y abiertas. Al mismo tiempo, reconocen que trabajar desde una institución implica tensiones: estructuras, visiones, límites. Pero también, posibilidades. Han encontrado espacios para crear, negociar, resistir y seguir soñando.

Finalmente, reconocen que la localidad les permitió encontrarse, pero se conocieron en el museo. Porque estos espacios están hechos para la palabra, el silencio, la pregunta y, sobre todo, para la memoria.

La mediación: una acción pensada

[Educación y pedagogía museal en el MCA]

Diana Castillo y Darling Molina dieron su primer recorrido al equipo de mediación del Museo Bogotá. Lo recuerdan con todo el cuerpo, atravesadas por los nervios. No era un público cualquiera. Como dice Diana: “es diferente mediar con quienes te conocen. Ahí la palabra pesa distinto. La emoción también”.

Hablar de mediación en el Museo de la Ciudad Autoconstruida (MCA) es asomarse a un borde poco explorado. Muchas personas de la localidad no han visitado museos, no por falta de interés, sino porque esos espacios han parecido ajenos. Darling lo expresa con claridad: “La primera vez que fui a un museo fue cuando me presenté para trabajar en este espacio”.

En Ciudad Bolívar, la cultura se vive en torno al fútbol, a las cometas que vuelan en agosto sobre El Palo del Ahorcado. Desde ahí, la mediación se vuelve un gesto político y afectivo. No se trata solo de contar historias, sino de abrir preguntas, cuestionar narrativas, pensar el barrio y la ciudad desde otras miradas.

Diana y Darling entienden la pedagogía museal como una apuesta viva, crítica, que rehúye discursos cerrados. No romantizan la autoconstrucción; la problematizan. Sus guiones se actualizan en diálogo constante con lo que sigue latiendo en el territorio.

En este trabajo se habla de luchas en curso, de comunidades que necesitan ser escuchadas en sus propios términos. Como dice Darling: “Una ya se sabe el carreto, ahora busqué las fuentes”. Porque cada palabra compartida exige respeto, verdad y cuidado.

La mediación en el MCA también confronta la imagen tradicional del museo como un espacio lejano, burgués o colonial. Aquí, mediar es transformar esa percepción, abrir las puertas a quienes históricamente han quedado fuera, y demostrar que también pueden ser protagonistas.

Aunque el equipo se nombra mediadoras, a veces usan “educación en museos” o “pedagogía museal” para hacer comprensible su labor, ya que, muchas veces por fuera del entorno museal no es comprendida la palabra mediación. Así que, en este museo le apuestan a reconocer esta labor como un trabajo que implica observar, aprender del otro, apropiarse de ideas compartidas con sensibilidad y ética. Copiar, aquí, no es imitar, es reconocer el valor de una práctica y hacerla propia con respeto.

La mediación no solo es diálogo con visitantes, sino con compañeras, libros, textos, experiencias, con los guardas… y con la montaña. Es una relación territorial constante que exige al trabajador un proceso localizado de estar y ser, dentro y fuera del museo.

La labor de mediación/pedagogía y educación museal en el MCA nos recuerda que, este trabajo no se queda en los muros: sale a la calle, a la vida. Por más espacios museales donde la gente, como en lo alto de la montaña, da su vida para darle vida a un museo.


Darling Molina

Hija del barrio Potosí de la Localidad de Ciudad Bolívar. Trabajadora social y especialista en educación en contextos rurales de profesión, profe del barrio y educadora popular de corazón. Desde hace más de quince años hace parte del Movimiento de Niñas, Niños y Jóvenes Gestores de Paz - Potosí con quienes  desarrolla procesos comunitarios de participación y construcción de paz con niños, niñas y jóvenes del territorio. Además está vinculada a la mesa ambiental No le Saque la Piedra a la Montaña donde trabajan por la defensa del territorio y la reserva ecológica Cerro Seco, y el cuidado y reconocimiento patrimonial del Palo del Ahorcado. Hizo parte del equipo de educación del Museo de La Ciudad Autoconstruida colaborando y acompañando los procesos de mediación con niñeces y mujeres y alrededor de los conflictos socioambientales de la localidad de Ciudad Bolívar.

Diana Castillo

Educadora comunitaria. Licenciada en Pedagogía Infantil. Habitante de Ciudad Bolívar. Hace parte del Colectivo Mayaelo y actualmente participa de procesos como la Red de amigos y amigas de Cerro Seco. Desde allí, ha desarrollado procesos de educación ambiental e investigación y ciencia comunitaria y popular enfocados a movilizar la identidad enraizada al territorio para su cuido y su defensa. Hizo parte del Área educativa del MCA trabajando el enfoque étnico rural y campesino, el enfoque de mujer y género y la línea conceptual defensa del territorio.


Museo de la Ciudad Autoconstruida

El Museo de la Ciudad Autoconstruida (MCA) es un espacio participativo, democrático, permanente y vinculado al territorio, que está al servicio de la comunidad, de la cual es parte inalienable. Con la participación de las comunidades, construye experiencias significativas que posibilitan la reflexión y la exigencia de relaciones más justas, para la vida digna. El MCA reconoce, problematiza, comunica y activa la polifonía de voces, memorias, saberes, resistencias y acciones de las personas y colectividades del territorio. Somos un espacio activista, incluyente y abierto que promueve el diálogo y el cuidado colectivo en favor de la vida, la transformación social y la paz.  



 

Mapa Teatro, 40 años. Antología de las artes vivas en Colombia

Entrevista realizada a

Tatiana Vargas
David A. Jiménez Cabuya

Ex- mediador@s del
Museo de Arte Miguel Urrutia MAMU

“Espectacular” fue la palabra que estuvo en la mente de los miles de visitantes que visitaron el Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU) entre octubre del 2022 y mayo del 2023. 

Es cierto que muchos llegaron con la expectativa ya instalada en el cuerpo y en la mente, porque esta exposición se ha vuelto algo más que una muestra: es un fenómeno. En redes sociales circularon videos, fotos, reels que prometían experiencias inmersivas, y usted llega con esa curiosidad ya contaminada por lo viral, por lo espectacular.

Al ingresar a la Manzana Cultural del Banco de la República y dirigirse hacia las escaleras largas que conducen al segundo piso del museo, algo se transforma. Los muros blancos habituales han cedido su lugar a espacios que se sienten de otras maneras. No hay obras colgadas esperando contemplación silenciosa. Aquí todo pide ser habitado, atravesado, vivido. Si decide acompañarme en este recorrido —y si ya ha estado o es su primera vez—, le propongo que dibuje mentalmente no solo lo que ve, sino lo que siente mientras camina por estos territorios construidos entre lo artístico y lo escenográfico. 

Al llegar al segundo piso del museo, la entrada se perderá. Si usted es lo suficientemente curioso, la encontrará debajo de un muro falso recostado sobre la pared principal. Si no lo es, es posible que siga derecho, recorra la sala por fuera y se pierda de esta experiencia. Lo invito a que sea curioso, abra y cierre los ojos, agachese, asómese, escuche atentamente, tómese el tiempo necesario, porque le aseguro que se va a sorprender. 

Vamos a ingresar a una sala oscura y le puedo asegurar que adentro, la gran sala del museo se convierte en un laberinto, así que esté atento. Yo ya he recorrido estos espacios muchas veces, pero para usted que seguramente vendrá una sola vez puede ser confuso. En sala siempre estará el equipo de seguridad que no se cansará de indicarle la salida.

La primera sala nos recibe como un gran teatro en donde algunas butacas invitan a sentarse y observar a través de un vidrio la sala de una casa. Puede ser mi casa, su casa, o la casa de su vecino. Puede acercarse a las cortinas de terciopelo rojo y sentir su suavidad, mientras escucha. Escuche atentamente.

Los elementos se despliegan con una teatralidad antigua que habla en códigos occidentales: referencias grecolatinas se entrelazan con problemáticas contemporáneas, mitos europeos que buscan explicar violencias colombianas. Es imposible no reconocer la solidez de cuarenta años de trabajo de esta pareja de hermanos, la coherencia de un discurso que se ha mantenido fiel a sí mismo, pero también es inevitable preguntarse por las otras formas posibles de narrar estos dolores, estas resistencias.

Avanzamos y el espacio, como le mencioné, se vuelve laberíntico. Una instalación nos envuelve con sonidos que emergen desde múltiples puntos: voces grabadas, ambientes urbanos, melodías que se quiebran. No es solo escuchar; es estar dentro del sonido, sentir cómo la historia se vuelve atmósfera. Aquí, lo afectivo no es una promesa: es una condición del espacio mismo. Cada paso activa memorias ajenas que, por un momento, se sienten propias.

En otra sala, proyecciones lumínicas transforman las paredes en superficies vivas. Imágenes de archivo, rostros anónimos, paisajes urbanos destruidos y reconstruidos por la luz. Es espectacular en el sentido más literal: convoca la mirada, exige el registro, se vuelve contenido para las redes antes de ser experiencia íntima. Y quizás esa sea su fuerza más inquietante: la manera en que lo íntimo y lo espectacular coexisten sin cancelarse.

Más adelante, una performance interrumpe el recorrido. Los performers aparecen como si hubieran estado siempre allí, y por unos minutos la exposición se vuelve teatro, y el teatro se vuelve la realidad. Las fronteras se desdibujan y el público—nosotros—nos descubrimos también actuando, también siendo parte de la ficción que se despliega.

En una exposición como esta, la mediación se convierte en un territorio de tensiones. Desde la institución llegaba una instrucción paradójica: que los visitantes vivieran la experiencia en silencio, que las instalaciones hablaran por sí solas, pero también que los mediadores lograran conectar referencias no evidentes para un público general. Entre estos dos imperativos, Tatiana, David y los otros 12 mediadores de la exposición, construyeron sus propias maneras de habitar el espacio.

Tatiana desarrolló una mediación cartográfica, marcando en su mapa cuatro tipos de lugares: estaciones de recorrido guiado en verde; espacios de dispersión en rosado donde los grupos podían separarse y reencontrarse; puntos opcionales para cuando el tiempo no alcanzaba; y un lugar central de diálogo frente al texto curatorial. Sus estrategias se centraron en hacer preguntas, en lugar de explicar directamente ciertos temas centrales prefería sembrar interrogantes que los visitantes pudieran resolver colectivamente. Por ejemplo, ¿Cuál podría ser la relación entre la fiesta y la violencia en Colombia?




Mapa de mediación de Tatiana Vargas (2025)


"Mi recorrido era bastante tradicional", reconoce, "pero la premisa de la pregunta era importante porque guiaba la experiencia." 

En el tercer piso del museo sucedían otras dinámicas dentro de las salas. Si bien, seguían siendo espectaculares, invitaban un poco más a la contemplación. En espacios como Extrañas Amazonas, donde Mapa Teatro tomaba elementos de la cultura popular y les daba un giro reivindicativo hacia la comunidad trans en Bogotá a través de la ficción de "Churrebusque Producciones", o en Faltos de juicio, con su réplica de estatuilla Calima presentada como auténtica, el rol de la mediación era "romper" la ficción, pero también dar herramientas para entender cómo se subvertía la narrativa.

En Hotel Atlanta, con su pequeño escenario íntimo y oscuro, se convertía en un laboratorio de expresión corporal, especialmente con niños y niñas. Allí se hacían sketches y monólogos, conectando con el espíritu de la exposición: usar el cuerpo como medio de expresión y resistencia.


David, por su parte, construyó una experiencia completamente diferente. Pensaba la exposición en términos tridimensionales, como un espacio que se podía atravesar por múltiples entradas, como si fuera posible cruzar las paredes. Se concentraba en el segundo piso, donde podía durar hasta dos horas sin necesidad de subir al tercero. Su mediación se inspiraba en el Infierno de Dante, donde él se ofrecía como Virgilio, el guía que acompaña el descenso al primer anillo del quinto círculo del averno: La Violencia contra el Prójimo.

El ritual comenzaba afuera: pedía a los visitantes que cerraran los ojos mientras les leía la inscripción de las puertas del Infierno. Luego, el recorrido seguía un patrón preciso: La anatomía de la violencia en Colombia como experiencia impactante con humo y efectos mecánicos. Luego, Los santos inocentes, La despedida, Discurso de hombre decente, y finalmente las obras más ligadas a la tradición griega: Testigo de la ruina, Prometeo y La limpieza de las caballerizas de Augías.

Entre cada instalación, una "pantalla negra": cerrar los ojos, construir imágenes mentales a través del sonido, la desorientación y el silencio. No buscaba transmitir datos curiosos, sino generar una disposición emocional para conectar con la raíz física y psicológica de la violencia. El recorrido terminaba en círculo, escuchándose entre todos, compartiendo las experiencias vividas.


Mapa de mediación de David A. Jiménez (2025)

Aunque la espectacularidad acaparaba visibilidad, muchas personas no reconocían el porqué de lo que pasaba en la exposición. Es maravilloso que el museo sea un lugar de juego —y esta exposición lo provocaba—, así cómo hay momentos para reconocer que hay algo más allá de la experiencia de jugar con las serpentinas.

Los mediadores habitaron, entonces, una frontera compleja: entre la autonomía que pedía la institución y la necesidad de construir diálogos profundos, entre lo espectacular que atraía a las multitudes y lo conceptual que daba sustancia a la experiencia. No traducían códigos ni explicaban mensajes ocultos. Más bien, creaban las condiciones para que algo pudiera emerger: una pregunta, una conexión inesperada, un momento de reconocimiento en medio de la experiencia sensorial.

La experiencia abrió un territorio incierto, en donde las primeras aproximaciones generaron más preguntas que respuestas frente a la amplitud de formas posibles de acompañar la visita. Los distintos espacios escenográficos funcionaban como atmósferas vivas que sugerían modos diversos de relacionarse con las imágenes, los sonidos y la puesta en escena. Al mismo tiempo, estos espacios invitaban a imaginar cómo activar con los públicos conceptos fundamentales para el colectivo, como las artes vivas, el laboratorio de imaginación social o la etnoficción, no desde la explicación sino desde la curiosidad, el hallazgo y la observación.

Mediar en Mapa Teatro no era guiar un recorrido tradicional, sino sostener un territorio donde cuarenta años de “imaginación social” se ofrecían para ser vividos desde múltiples entradas. En ese proceso, los mediadores se volvieron también visitantes recurrentes de una exposición que no pretendía ser narrada, redescubriendo un lugar de interacción que mutaba en función del momento en el que el se ingresara a la exposición. Como un espacio que cada persona podía atravesar a su manera, la exposición de Mapa Teatro permitía que cada quien pudiese llevarse consigo las preguntas que habían logrado formularse en el camino. 

Cada visitante y mediador entra con un cuerpo, una memoria, una sensibilidad y un tiempo distintos. El sentido deja de ser un destino y se vuelve una práctica situada, fragmentada y en transformación. La cuestión ya no es cuántos caminos existen, sino qué relación se construye con lo que la experiencia de visita ofrece y qué formas de pensamiento, emoción o extrañamiento emergen allí. 

¿Qué relatos pueden surgir de una experiencia que se resiste a ser solo contemplada?

Desde esa mutación constante, Tatiana y David encontraron posible dialogar con una posible relación entre las artes vivas y la mediación como una práctica performativa, considerando que la exposición sigue transformándose en cada cuerpo y en cada interacción provocada por la mediación. Aún tres años después de la inauguración de esta muestra antológica, recordar esta exposición seguirá despertando la curiosidad respecto a las diversas formas en las que se podría recorrer una exposición como esta. Y sobre todo, esta exposición seguirá funcionando como un ejemplo donde la mediación se ve atravesada por diferentes agentes que enriquecen la experiencia de quienes osen visitar un museo.


Tatiana Vargas

Tatiana Vargas Brath es maestra en Artes Plásticas y antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Desde 2022 trabajó en el sector museal en las áreas de educación y curaduría; actualmente candidata a máster en Historia, valorización y didácticas del patrimonio. Ha sido parte del equipo educativo de los Museos de Arte y Numismática del Banco de la República, donde desarrolló contenidos pedagógicos basados en colecciones e investigaciones de patrimonio y arte. También hizo parte de la Curaduría de Etnografía del Museo Nacional de Colombia como asistente de investigación para la construcción del guión curatorial de la sala permanente Casa Común. Actualmente investiga sobre procesos de patrimonialización de objetos técnicos y apropiación social del patrimonio para la construcción de narrativas curatoriales. Su trabajo se centra en el fortalecimiento de estrategias que favorezcan la participación y el derecho a la cultura.

David A. Jiménez Cabuya

David A. Jiménez Cabuya es maestro en artes plásticas y filósofo de la Universidad Nacional de Colombia. Desde 2018 trabaja como profesional de museos con enfoque en pedagogía e investigación histórica. Fue mediador en la Fundación Gilberto Álzate Avendaño (2018-2019) y en los Museos de Arte y Numismática del Banco de la República (2021-2023). Actualmente es curador del Yale Historic Site y del Kitimat Museum & Archives (Columbia Británica, Canadá) en el marco de su labor como gerente de programas y operaciones patrimoniales en la compañía Forager International. Su trabajo se centra en el diseño de exposiciones en instituciones culturales rurales, la actualización pedagógica de exposiciones históricas y la creación de materiales educativos para museos. Actualmente sus líneas de investigación incluyen la repatriación de artefactos indígenas y el uso de la historia en exposiciones como herramienta para la promoción de los derechos culturales de las comunidades que participan en los museos.


Museo de Arte Miguel Urrutia MAMU

El Museo de Arte Miguel Urrutia es un espacio dedicado a la exhibición de obras representativas del arte colombiano, latinoamericano y del mundo, que forman parte de la colección permanente del Banco de la República. De esta manera se propicia el diálogo entre la plástica colombiana y la internacional, al tiempo que se confrontan obras de distintos períodos históricos.