Entrevista realizada a
Tatiana Vargas
David A. Jiménez Cabuya
Ex- mediador@s del
Museo de Arte Miguel Urrutia MAMU
“Espectacular” fue la palabra que estuvo en la mente de los miles de visitantes que visitaron el Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU) entre octubre del 2022 y mayo del 2023.
Es cierto que muchos llegaron con la expectativa ya instalada en el cuerpo y en la mente, porque esta exposición se ha vuelto algo más que una muestra: es un fenómeno. En redes sociales circularon videos, fotos, reels que prometían experiencias inmersivas, y usted llega con esa curiosidad ya contaminada por lo viral, por lo espectacular.
Al ingresar a la Manzana Cultural del Banco de la República y dirigirse hacia las escaleras largas que conducen al segundo piso del museo, algo se transforma. Los muros blancos habituales han cedido su lugar a espacios que se sienten de otras maneras. No hay obras colgadas esperando contemplación silenciosa. Aquí todo pide ser habitado, atravesado, vivido. Si decide acompañarme en este recorrido —y si ya ha estado o es su primera vez—, le propongo que dibuje mentalmente no solo lo que ve, sino lo que siente mientras camina por estos territorios construidos entre lo artístico y lo escenográfico.
Al llegar al segundo piso del museo, la entrada se perderá. Si usted es lo suficientemente curioso, la encontrará debajo de un muro falso recostado sobre la pared principal. Si no lo es, es posible que siga derecho, recorra la sala por fuera y se pierda de esta experiencia. Lo invito a que sea curioso, abra y cierre los ojos, agachese, asómese, escuche atentamente, tómese el tiempo necesario, porque le aseguro que se va a sorprender.
Vamos a ingresar a una sala oscura y le puedo asegurar que adentro, la gran sala del museo se convierte en un laberinto, así que esté atento. Yo ya he recorrido estos espacios muchas veces, pero para usted que seguramente vendrá una sola vez puede ser confuso. En sala siempre estará el equipo de seguridad que no se cansará de indicarle la salida.
La primera sala nos recibe como un gran teatro en donde algunas butacas invitan a sentarse y observar a través de un vidrio la sala de una casa. Puede ser mi casa, su casa, o la casa de su vecino. Puede acercarse a las cortinas de terciopelo rojo y sentir su suavidad, mientras escucha. Escuche atentamente.
Los elementos se despliegan con una teatralidad antigua que habla en códigos occidentales: referencias grecolatinas se entrelazan con problemáticas contemporáneas, mitos europeos que buscan explicar violencias colombianas. Es imposible no reconocer la solidez de cuarenta años de trabajo de esta pareja de hermanos, la coherencia de un discurso que se ha mantenido fiel a sí mismo, pero también es inevitable preguntarse por las otras formas posibles de narrar estos dolores, estas resistencias.
Avanzamos y el espacio, como le mencioné, se vuelve laberíntico. Una instalación nos envuelve con sonidos que emergen desde múltiples puntos: voces grabadas, ambientes urbanos, melodías que se quiebran. No es solo escuchar; es estar dentro del sonido, sentir cómo la historia se vuelve atmósfera. Aquí, lo afectivo no es una promesa: es una condición del espacio mismo. Cada paso activa memorias ajenas que, por un momento, se sienten propias.
En otra sala, proyecciones lumínicas transforman las paredes en superficies vivas. Imágenes de archivo, rostros anónimos, paisajes urbanos destruidos y reconstruidos por la luz. Es espectacular en el sentido más literal: convoca la mirada, exige el registro, se vuelve contenido para las redes antes de ser experiencia íntima. Y quizás esa sea su fuerza más inquietante: la manera en que lo íntimo y lo espectacular coexisten sin cancelarse.
Más adelante, una performance interrumpe el recorrido. Los performers aparecen como si hubieran estado siempre allí, y por unos minutos la exposición se vuelve teatro, y el teatro se vuelve la realidad. Las fronteras se desdibujan y el público—nosotros—nos descubrimos también actuando, también siendo parte de la ficción que se despliega.
En una exposición como esta, la mediación se convierte en un territorio de tensiones. Desde la institución llegaba una instrucción paradójica: que los visitantes vivieran la experiencia en silencio, que las instalaciones hablaran por sí solas, pero también que los mediadores lograran conectar referencias no evidentes para un público general. Entre estos dos imperativos, Tatiana, David y los otros 12 mediadores de la exposición, construyeron sus propias maneras de habitar el espacio.
Tatiana desarrolló una mediación cartográfica, marcando en su mapa cuatro tipos de lugares: estaciones de recorrido guiado en verde; espacios de dispersión en rosado donde los grupos podían separarse y reencontrarse; puntos opcionales para cuando el tiempo no alcanzaba; y un lugar central de diálogo frente al texto curatorial. Sus estrategias se centraron en hacer preguntas, en lugar de explicar directamente ciertos temas centrales prefería sembrar interrogantes que los visitantes pudieran resolver colectivamente. Por ejemplo, ¿Cuál podría ser la relación entre la fiesta y la violencia en Colombia?
Mapa de mediación de Tatiana Vargas (2025)
"Mi recorrido era bastante tradicional", reconoce, "pero la premisa de la pregunta era importante porque guiaba la experiencia."
En el tercer piso del museo sucedían otras dinámicas dentro de las salas. Si bien, seguían siendo espectaculares, invitaban un poco más a la contemplación. En espacios como Extrañas Amazonas, donde Mapa Teatro tomaba elementos de la cultura popular y les daba un giro reivindicativo hacia la comunidad trans en Bogotá a través de la ficción de "Churrebusque Producciones", o en Faltos de juicio, con su réplica de estatuilla Calima presentada como auténtica, el rol de la mediación era "romper" la ficción, pero también dar herramientas para entender cómo se subvertía la narrativa.
En Hotel Atlanta, con su pequeño escenario íntimo y oscuro, se convertía en un laboratorio de expresión corporal, especialmente con niños y niñas. Allí se hacían sketches y monólogos, conectando con el espíritu de la exposición: usar el cuerpo como medio de expresión y resistencia.
David, por su parte, construyó una experiencia completamente diferente. Pensaba la exposición en términos tridimensionales, como un espacio que se podía atravesar por múltiples entradas, como si fuera posible cruzar las paredes. Se concentraba en el segundo piso, donde podía durar hasta dos horas sin necesidad de subir al tercero. Su mediación se inspiraba en el Infierno de Dante, donde él se ofrecía como Virgilio, el guía que acompaña el descenso al primer anillo del quinto círculo del averno: La Violencia contra el Prójimo.
El ritual comenzaba afuera: pedía a los visitantes que cerraran los ojos mientras les leía la inscripción de las puertas del Infierno. Luego, el recorrido seguía un patrón preciso: La anatomía de la violencia en Colombia como experiencia impactante con humo y efectos mecánicos. Luego, Los santos inocentes, La despedida, Discurso de hombre decente, y finalmente las obras más ligadas a la tradición griega: Testigo de la ruina, Prometeo y La limpieza de las caballerizas de Augías.
Entre cada instalación, una "pantalla negra": cerrar los ojos, construir imágenes mentales a través del sonido, la desorientación y el silencio. No buscaba transmitir datos curiosos, sino generar una disposición emocional para conectar con la raíz física y psicológica de la violencia. El recorrido terminaba en círculo, escuchándose entre todos, compartiendo las experiencias vividas.
Mapa de mediación de David A. Jiménez (2025)
Aunque la espectacularidad acaparaba visibilidad, muchas personas no reconocían el porqué de lo que pasaba en la exposición. Es maravilloso que el museo sea un lugar de juego —y esta exposición lo provocaba—, así cómo hay momentos para reconocer que hay algo más allá de la experiencia de jugar con las serpentinas.
Los mediadores habitaron, entonces, una frontera compleja: entre la autonomía que pedía la institución y la necesidad de construir diálogos profundos, entre lo espectacular que atraía a las multitudes y lo conceptual que daba sustancia a la experiencia. No traducían códigos ni explicaban mensajes ocultos. Más bien, creaban las condiciones para que algo pudiera emerger: una pregunta, una conexión inesperada, un momento de reconocimiento en medio de la experiencia sensorial.
La experiencia abrió un territorio incierto, en donde las primeras aproximaciones generaron más preguntas que respuestas frente a la amplitud de formas posibles de acompañar la visita. Los distintos espacios escenográficos funcionaban como atmósferas vivas que sugerían modos diversos de relacionarse con las imágenes, los sonidos y la puesta en escena. Al mismo tiempo, estos espacios invitaban a imaginar cómo activar con los públicos conceptos fundamentales para el colectivo, como las artes vivas, el laboratorio de imaginación social o la etnoficción, no desde la explicación sino desde la curiosidad, el hallazgo y la observación.
Mediar en Mapa Teatro no era guiar un recorrido tradicional, sino sostener un territorio donde cuarenta años de “imaginación social” se ofrecían para ser vividos desde múltiples entradas. En ese proceso, los mediadores se volvieron también visitantes recurrentes de una exposición que no pretendía ser narrada, redescubriendo un lugar de interacción que mutaba en función del momento en el que el se ingresara a la exposición. Como un espacio que cada persona podía atravesar a su manera, la exposición de Mapa Teatro permitía que cada quien pudiese llevarse consigo las preguntas que habían logrado formularse en el camino.
Cada visitante y mediador entra con un cuerpo, una memoria, una sensibilidad y un tiempo distintos. El sentido deja de ser un destino y se vuelve una práctica situada, fragmentada y en transformación. La cuestión ya no es cuántos caminos existen, sino qué relación se construye con lo que la experiencia de visita ofrece y qué formas de pensamiento, emoción o extrañamiento emergen allí.
¿Qué relatos pueden surgir de una experiencia que se resiste a ser solo contemplada?
Desde esa mutación constante, Tatiana y David encontraron posible dialogar con una posible relación entre las artes vivas y la mediación como una práctica performativa, considerando que la exposición sigue transformándose en cada cuerpo y en cada interacción provocada por la mediación. Aún tres años después de la inauguración de esta muestra antológica, recordar esta exposición seguirá despertando la curiosidad respecto a las diversas formas en las que se podría recorrer una exposición como esta. Y sobre todo, esta exposición seguirá funcionando como un ejemplo donde la mediación se ve atravesada por diferentes agentes que enriquecen la experiencia de quienes osen visitar un museo.
Tatiana Vargas
Tatiana Vargas Brath es maestra en Artes Plásticas y antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Desde 2022 trabajó en el sector museal en las áreas de educación y curaduría; actualmente candidata a máster en Historia, valorización y didácticas del patrimonio. Ha sido parte del equipo educativo de los Museos de Arte y Numismática del Banco de la República, donde desarrolló contenidos pedagógicos basados en colecciones e investigaciones de patrimonio y arte. También hizo parte de la Curaduría de Etnografía del Museo Nacional de Colombia como asistente de investigación para la construcción del guión curatorial de la sala permanente Casa Común. Actualmente investiga sobre procesos de patrimonialización de objetos técnicos y apropiación social del patrimonio para la construcción de narrativas curatoriales. Su trabajo se centra en el fortalecimiento de estrategias que favorezcan la participación y el derecho a la cultura.
David A. Jiménez Cabuya
David A. Jiménez Cabuya es maestro en artes plásticas y filósofo de la Universidad Nacional de Colombia. Desde 2018 trabaja como profesional de museos con enfoque en pedagogía e investigación histórica. Fue mediador en la Fundación Gilberto Álzate Avendaño (2018-2019) y en los Museos de Arte y Numismática del Banco de la República (2021-2023). Actualmente es curador del Yale Historic Site y del Kitimat Museum & Archives (Columbia Británica, Canadá) en el marco de su labor como gerente de programas y operaciones patrimoniales en la compañía Forager International. Su trabajo se centra en el diseño de exposiciones en instituciones culturales rurales, la actualización pedagógica de exposiciones históricas y la creación de materiales educativos para museos. Actualmente sus líneas de investigación incluyen la repatriación de artefactos indígenas y el uso de la historia en exposiciones como herramienta para la promoción de los derechos culturales de las comunidades que participan en los museos.
Museo de Arte Miguel Urrutia MAMU
El Museo de Arte Miguel Urrutia es un espacio dedicado a la exhibición de obras representativas del arte colombiano, latinoamericano y del mundo, que forman parte de la colección permanente del Banco de la República. De esta manera se propicia el diálogo entre la plástica colombiana y la internacional, al tiempo que se confrontan obras de distintos períodos históricos.
